Hay en esta ciudad un trencito-ascensor imperturbable. Trencito porque es lo que parece: un tren. Subido en si mismo, pero tren al fin. Ascensor porque sube el morro sin chofer como ascensor moderno (algunos recordará los antiguos ascensores, enormes y con banqueta, tenían «chofer») Y digo tren porque es una especie de tren a cremallera, bagoncito cargado e’ gente con ideas jóvenes rumbo al mirador de la universidad. Ascensor porque asciende. Aunque deba descender para volver a hacer su recorrido: sube a pesar de todo… siempre.
Globo aerostático de niño lloroso perdido en la inmensidad de este cielo lluvioso.
Es como esa máquina, imperturbable, sin chofer, yendo y viniendo por la ladera de su pequeño rumbo. Soy su pasajero más entusiasta: acompañando el andar, disfrutando el paisaje o simplemente viéndolo subir la cuesta sin mucho por decir, sin nada que ganar y mucho por perder en el camino a su cima. Sin darme cuenta que la falta de chofer es a veces un miedito más en la barriga. Puedo disfrutar escuchando los gorriones que “guaridan” en la cima apretujados bajo el amparo de la “casita-estación”.
Puedo perderlo por distracción o alevosía, por querer tocar el piano de mi propia cima, mezcla de éxtasis natural y “catarsis musicada”. Puedo quedarme a tocar mi piano en la universidad de la vida, en “mi” arriba, mi mirador, mi cielo, mi sorpresa visual de mariposa recién salida de un capullo de sombras… o sea: puedo subirme a él o no.
Pero el trencito rojo, el PolyBahn que va de Central a la Uni: siempre vá.
A veces se duerme un rato. A veces… no: no se rompe nunca, es de fierro. Cual relojito suizo: fuerte, seguro como el rojo vivo de sus chapas… de acero. Locomotora: loco-motor-¡aaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!
Viene y va. Viene con remolino de aleteos “mariposiles” en la panza enamorada. Como bajando montaña rusa de jardín, como enamorando a la tierra con luciérnagas de lata. Y va… siempre va… por su camino.
Subiendo: con o si mi.
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